Una termina escribiendo porque se queda sin oídos,
sin brazos y sin empatía que le escuchen.
Termina escribiendo porque apenas el papel tolera sus ideas,
porque la pluma se desgasta a la par de la voluntad de existir,
porque el texto se queda en algún lugar
aunque a veces se olvide,
como los sentimientos en el alma.
Una termina escribiendo porque empieza a bajar la voz,
empieza a entender que no puede defenderse fuera
de sí más que consigo. Y empieza a escribir
porque no enmudece de ideas ni de sensibilidad,
porque aunque quisiera ignorarse, no puede.
Una termina escribiendo porque vive en la agonía
de su eterna compañía, de ser como es,
de pensar como piensa y querer intentar algo distinto.
Termina, empieza y vive escribiendo
porque no hay otra forma de vivir la soledad
más que abrazándola ni de alejarla, más que
dándole un cuerpo, con orejas y brazos y empatía
de papel y tinta.
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