Tengo el deseo de ser mejor que el ser humano que fui al principio de mi vida.
Si eres la persona intensa de la mesa en todos lados, la que se siente incomprendida, la que se la vive bloqueando gente de sus redes sociales, la que ya no quiere hablar con nadie, quien odia a esa persona en las reuniones, o alguien con quien yo personalmente he dialogado y ha salido mal, este texto es para ti.
“Elige tus batallas” he escuchado mil (tal vez más) veces. Lo que menos me importa en una conversación, es tener razón. Cuando yo hablo con alguien, lo hago porque creo que la experiencia lo vale y porque considero a mi interlocutor una persona que merece mi tiempo y mi escucha. Creo que sus ideas son tan valiosas como las mías.
No soy alguien que vaya a eliminar de mi vida a los demás por pensar distinto a mí, por harta que me sienta (y el hartazgo es algo que conozco bien). ¿Por qué no? Porque soy o muy necia o muy ingenua, como prefieras, y tengo la esperanza de que las ideas que tanto me colman la paciencia sean reflexionadas eventualmente. Además, me atrevo a dudar de mi propio pensamiento, porque si estoy equivocada, quiero saberlo y seguir las huellas de mi pensamiento hasta la raíz para transformarlo.
Me importan los malestares del mundo mucho más de lo que me importa mi paz mental (pésimo, mal, pero no me voy a pelear ahorita mismo con eso). Resulta que me importa tanto la clase de mundo que vivimos, que estoy dispuesta a que me tachen de insoportable, intensa, social justice warrior, y un largo etcétera que tiene hoy en día la gente para denominar peyorativamente a quienes se preocupan por problemas que pueden o no afectarles “directamente”.
Y ya sé. La sociedad no tiene que estar de acuerdo en todo, ni lo estará. El objetivo no es ese; es ser más conscientes de la totalidad, de las diferentes circunstancias que nos rodean, de todas las necesidades pendientes por satisfacer, de las múltiples realidades que coexisten con la nuestra. Es saber que cada individuo es importante y lo que le pase también, aunque no se trate de mí. Es saber que el mundo no empieza ni termina en mí, ¿qué no esa es la importancia de las palabras? que nos permiten conocer y darle nombre a nuestro entorno porque sin ellas no podríamos entender lo que son las cosas… (Pero el punto no es ese ahorita)
Cuando yo discuto con alguien lo hago bajo la noción de que me he cuestionado lo suficiente (con ayuda de maravillosas personas y mis pocos o muchos años de vida) como para haber formado un criterio, y con la consciencia de que mi mirada respecto a un tema aunque no sea la verdad absoluta, está fundamentada en argumentos y cuestionamientos pertinentes. Y si no es así, discutir con alguien es decirle “estoy lista para que sacudas mi existencia, para que me encuentre parada en un lugar que no conocía y que me haga ampliar mi visión de qué es el mundo y cómo está” porque no se puede amar algo que no se conoce. Cuando evito la discusión, hay más dolor en mí del que puedo verbalizar.
“Agh, ¿y a ti quién te nombró defensora del diálogo y cuidadora del mundo? No estás cambiando al mundo con una discusión de cinco minutos/una hora/un día ”
No, tal vez no. Soy un ser humano como cualquiera y quisiera contribuir a construir un mundo mejor del que me he encontrado. La palabra es de los elementos con los que me relaciono más íntimamente y que puedo utilizar para entender los males de la sociedad. Y cuando creo que una mente o una opinión importa, es porque veo a la persona con la calidad humana y capacidad cognitiva como para invitarnos a reflexionar sobre un tema, y para aventurarnos a cuestionar nuestras ideas.
La filosofía es una disciplina increíble porque nos ha llevado como humanidad a reflexionar. Lejos de quién sea quien tiene la razón, nos ha llevado a tener distintas perspectivas y a analizar paradigmas, teoría y los argumentos que detrás de ellas se encuentran. Y creo que así hay que tomar el diálogo, como la oportunidad de emprender un viaje hacia destinos desconocidos que solo podemos conocer a través de nuestro pensar. En mi caso, porque me alimento de palabras, eso funciona.
En otras circunstancias todo se reduce a un “no tiene caso”, o “¿para qué discutir con esta persona?” (haciéndole menos, lo cual no me parece).
Por eso te digo, hablar con alguien es verle como igual, asumir que mutuamente, tenemos la capacidad de entender lo que la otra persona quiere transmitir. A veces, por susceptibilidades o por evitar herir a una que otra persona, esto no habrá sido así. Y pasa más frecuente en esta época de desinformación y comunicación masiva, y tiene arreglo. Sí, tiene arreglo, porque hay que recordar que el fin último no está en ese diálogo en sí, cada mente tiene un futuro y con él, la posibilidad de cambiar a partir del pensamiento.
En este mundo ya lleno de falacias y maldad humana ¿qué más daño pueden hacer las palabras? Mucho. Por eso creo que hay que usarlas para lo que vale la pena. Y como he señalado, para mí, el mundo vale la pena.
Me importa mucho un mundo dañado que a mi parecer sufre cada día más; diría que es alguien que amo pero no me gusta ver así. Porque desde donde yo esté o escriba, no determina lo bien o mal que esté, y mientras haya gente sufriendo, nuestro mundo estará sufriendo. Sé que ignoro todavía muchas – muchísimas– condiciones desiguales e injustas, pero de las que no ignoro, vale el intento hablar.
“El león cree que todos son de su condición”
En este caos, digo, caso (já), sí. Yo creo que, todas las personas somos capaces de identificar el racismo, clasismo, machismo, homofobia, transfobia interiorizadas, entre otros males; somos capaces de deconstruirnos y cambiar de opinión. Y creo también que lo que una “insignificante” o “muy importante” (como sea que lo veas) persona haga en este mundo, cuenta.
Yo escribo (sobre eso ya hay algo de poesía de hace unos años) porque no conozco mejor forma de existir. Por eso me irrita que me digan “no vale la pena hablar con tal” o “elige tus batallas” o “no te lo tomes tan en serio”, porque para mí, lo vale totalmente; el diálogo y el intercambio de ideas no es una batalla, lograr llevar a la mente propia y ajena a la reflexión es una delicia.
Y sí me lo tomo en serio, porque si bien nuestra existencia es casi insignificante en comparación con los siglos de existencia del planeta, como seres humanos estamos llenos de sentimientos, de experiencias, de heridas, y para mí importa que un solo ser humano; uno a uno, reflexione sus ideas, me ayude a reflexionar las mías y seamos conscientes de las realidades colectivas que nos rodean, incluso si son distintas a nuestra de por sí volátil realidad individual.
En un país dividido en casi todo, para mí vale totalmente el desgaste emocional y mental que implica tener una conversación seria con otro ser humano. Creo que no hay que perder eso. Y si bien habrá gente que no quiera “pensar” o “abrir su mente” o reflexionar lo que hay detrás de un “chiste”, eso no tiene por qué mermar mi deseo de dejar algo (aunque sea mínimo, aunque sea un pensamiento) en el lugar para que se quede en la mente de alguien más.
“Ah, entonces eres de las que no se ríe de los chistes, se lo toma todo muy en serio y amarga el ambiente en la reunión”
¡Sí! Me hubieras preguntado antes y me ahorraba toda la explicación. Esa soy, ¡un gustazo (creo)! Soy de esas personas que ya no puede ignorar lo que ve detrás de lo que escucha.
“¡Qué flojera!”
Más que flojera, cansancio. Es cansado ver lo que está mal detrás de actitudes que antes no te parecían así. Y es además un poquito doloroso (por decir lo menos). A veces hasta es como: “¿Qué? ¿Soy parte del problema? ¿Qué? ¿Las personas que más quiero son parte del problema y ahora creen que mis señalamientos son falta de amor y tolerancia? ¿Qué? ¿Ahora yo soy la mala?”
Sí, sí a todas esas preguntas. Sí eres parte del problema, sí eres la incómoda que señala y sí vas a ser la que amarga los chistes y la mala de la conversación. Y encima, la gente va a pensar que es más cansado mirarte hacer todo eso que tu propia decepción y lucha de encontrarte con ideas tuyas siendo parte del problema y un entorno que también es parte del problema.
Para muchas personas es mejor ser agradable. Para mí, sería grato que otras personas consideraran que cuando yo hago lo que hago, es porque prefiero reflexionar y ver lo que está mal y evaluarlo, pensarlo, arreglarlo, que no verlo nunca. Y esa es mi manera de mostrarle a las personas que les tengo algún grado de estima y decirles que son lo suficientemente importantes como para que quiera que formen parte del séquito de personas que queremos volver al mundo un lugar un poquito más amable, más comprensivo, más completo, menos indiferente.
Claro, esa es mi manera de demostrar amor al mundo y habrá quienes digan “Si quieres mostrar amor al mundo no me estés jodiendo” y para esas personas también es este texto, para que me ahorren joderles en persona (a mí o al equivalente de mí en su vida) con demostraciones de afecto si algún día nos vemos y piensen antes de hablar en sus futuros encuentros sociales, sabiendo de antemano que la persona incómoda de la mesa enfrenta un papel difícil y solamente está buscando dejar de ser parte del problema. Es decir, para que en tiempos de distanciamiento físico, se piense lo que vale la pena pensar de lo social.
Habrá indignación, aleccionamientos, complejos de superioridad, egos, pero al final, todos podemos estar equivocados y hay que tener eso en mente. Hay y habrá cada vez más cosas que nos dividan, pero en la raíz de nuestra condición humana, quiero pensar que hay una semilla de comprensión, preocupación por más allá de nosotros individualmente, un deseo de que estemos bien como humanidad.
Para mí son las palabras, si tú tienes algo bueno y diferente que dar al mundo, dáselo de la mejor manera posible (yo sigo aprendiendo cómo).